El caso del actor y presentador de Got Talent España y de la serie Intimidad de Netflix, interpretada por Itziar Ituño, han vuelto a poner el foco sobre la difusión de vídeos o fotografías de relaciones íntimas

¿Tienes algún vídeo o foto sexual o, al menos, comprometedora, en tu dispositivo móvil, Tablet u ordenador? ¿Se lo enviaste a alguien? ¿Has mantenido relaciones íntimas en espacios públicos? ¿Crees que te pueden haber grabado sin saberlo, incluso de manera consentida, quizá por tu pareja o ex?

Si puedes responder afirmativamente a alguna de estas cuatro preguntas, estás en peligro. Y quien lo haga público también, porque estará cometiendo un delito.

A nadie se le escapa que suele ser un hombre el que hace circular este tipo de material sexual entre amigos que continúan la cadena, compartiéndolo, a su vez, entre sus contactos varones. Y los consumidores de las plataformas digitales a las que se suben también son mayoritariamente varones.

También es cierto que encubridores somos todos. Pocas son las personas que lo denuncian, tanto legalmente como en grupos de amistad o familia, y se arriesgan a evidenciar la agresión de sus actos en un chat grupal, por ejemplo.

Habitualmente las víctimas de estos delitos son personas anónimas, lo que parece restarle importancia a la cuestión. Puede ser cualquier: la que pasea en topless por la playa; la que tiene una relación puntual con un desconocido o se cambia de ropa en un probador, como ha habido casos. Es decir, que puedes ser tú.


Otras son parejas, ex parejas, amantes o compañeras de trabajo, lo que implica una vinculación emocional mayor, generalmente afectiva y una presunción de causar daño directamente a esa persona, generalmente por despecho, venganza y frustración. En ocasiones, este tipo de material puede ser utilizado para hacer sextorsión o chantajes, pero siempre con ánimo de destruir a la persona afectada.

Por mucho que se persiga y declare culpable al agresor, tras un largo proceso legal, el calvario psicológico vivido por la víctima es irreparable y los agresores lo saben. Por eso lo hacen.

Ellos tienen muy claro su objetivo. Quieren desacreditar, deshonrar y ensuciar la imagen de la víctima; hundirla desde una impostada posición de superioridad de pureza y 'santidad' que etiqueta al sexo, la desnudez o la pasión como algo sucio.

Victima de un delito atroz, la víctima se ve inmersa en una pesadilla de la que le resulta casi imposible salir. Permitidme la licencia de incluir ese "casi" a modo de bálsamo para mitigar el terror que supone aceptar que la reparación, en estos casos, sea imposible. La sociedad no ayuda; critica. La terapia no es gratis. Las miradas. Los cuchicheos. La vergüenza está en el otro bando y hace que no se pida ayuda, aunque no se haya hecho nada malo. La etiqueta nunca se borra; se aprende a vivir con ella.

Porque, hoy en día, la sociedad sigue culpando a la víctima por haber practicado sexo o haber sido infiel más que al delincuente que la violenta y expone al escarnio publico, visibilizándola como el ser sexual que es. El mismo que, por cierto, somos todos nosotros.

Una acción que resulta más abominable todavía si se trata de actos sexuales violentos, no consentidos por tanto, donde lo terrible no solo brota de la violación del cuerpo y derechos en sí, sino del estigma social que acompaña de por vida, difícil de borrar de las retinas de los muchos, que por desgracia que lo hayan podido ver, incluso por placer.

La sociedad, al igual que lo hacen los expertos, tiene que estar del lado de la víctima, acompañar y tratar de atenuar el daño que le han querido hacer, reconociendo la sexualidad como un área humana saludable que ha de ser respetada y empatizar con la herida y jamás justificar al violento.

Fuente: Elmundo