La comida no es la solución a nuestras penas. Puede endulzar un momento amargo, sin duda. Pero un atracón de pan, galletas, helado o patatas fritas no va a acabar con la ansiedad que nos provoca una situación estresante, la pena por una ruptura sentimental, la pérdida de un ser querido, la soledad de una casa vacía o la distancia de familiares y amigos. Esa forma de comer sin hambre, generalmente de manera rápida, casi compulsiva, conocida como “hambre emocional”, solo busca apaciguar un desasosiego que tiene raíces más profundas en nuestra psiquis. Y lo peor de todo es que no va a servir de nada en el plano emocional, porque sus efectos pasan muy rápido, y en cambio, nuestro cuerpo puede acusar este desorden a nivel metabólico.

“La comida puede ser utilizada como un calmante emocional, como un deseo de llenar un vacío o afrontar situaciones estresantes, de tristeza, soledad, ansiedad o aburrimiento”, explica Marisa Escribano, psicóloga de la Unidad de Salud Mental de Vinalopó. Se presenta de manera repentina, con deseo normalmente de alimentos calóricos y en ausencia de apetito. Por ejemplo, “paquetes de galletas que van a parar a la boca, sin emoción real de hambre”, explica Escribano.

Como casi todo, el hambre emocional por sí sola no es mala, sobre todo si la ubicamos en situaciones muy concretas. “El problema empieza cuando la principal regulación es únicamente la comida”, explica Nuria Lázaro, especialista en Salud Mental y coordinadora del Programa de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) del Hospital Universitario de Torrejón. “Cuando el hambre emocional se vuelve patológica y conlleva conductas disfuncionales como la ansiedad por comer, comer compulsivamente, y pegarse atracones de comida en función del estado de ánimo, es momento de plantearse cómo podemos poner remedio a la situación”, añade.

Para Javier Carreño, psiquiatra del hospital Ribera Povisa, el hambre emocional es un término nuevo “que responde a un síntoma antiguo, la ansiedad, entre el pánico y la incertidumbre, y que nos conmina a actuar y a escapar para buscar soluciones a esa vacilación en el corazón de nuestra existencia”.

Cinco consejos para evitar atracones o comer compulsivamente

  1. Entender que la comida no es el foco del problema, sino la “tapadera”. Observar e intentar descifrar qué estamos tapando con la comida.
  2. Darnos cuenta si comemos para aliviar estrés,  con poco o ningún control, y /o  con cierto sentimiento de culpa.
  3. Valorar que la satisfacción del hambre emocional es momentánea, muy breve. 
  4. Prestar atención a las sensaciones corporales para diferenciar el hambre física del hambre emocional: practicar la alimentación consciente o mindful eating. Sentir cómo masticamos, los sabores, la deglución, cómo nuestro cuerpo identifica la saciedad física…
  5. Acudir a un especialista o a un programa terapéutico como Minds, con un itinerario específico para atajar el hambre emocional.

Aprendamos a comer bien, con consciencia plena, y nos sentiremos mejor física y emocionalmente.