En el 'kit' de supervivencia con el que nacemos, una emoción primaria nos avisa sobre la toxicidad de una sustancia: el asco. Si algo huele o sabe mal, lo rechazamos porque puede ser perjudicial. Este asco fisiológico sufre una curiosa evolución en los seres humanos, puede extenderse a otros congéneres a los que consideramos "tóxicos", es decir, potencialmente dañinos. Es el "asco" moral. Sirve para detectar situaciones de riesgo en el trato con los demás. Lleva a repudiar al que tiene conductas inapropiadas y se salta las reglas establecidas por la biología, la psicología y la ética. Es el "no lo trago" o "no lo soporto" que todos exclamamos alguna vez.
Aunque, podemos utilizarlo de forma inadecuada para justificar la exclusión de los demás porque son diferentes (su aspecto, su raza, su estatus, etc.), bien usado es un sensor de riesgo que impulsa a ser prudente ante una persona o relación que podría provocar dolor. En la teoría alejarse del que nos daña siguiendo el mecanismo descrito sería lo saludable, pero en la realidad, la cosas se desarrollan de otra manera. Muchas personas permanecen en relaciones tóxicas aún a sabiendas de que no convienen, como muchos otros siguen comiendo mal a pesar de saber que no es bueno para su salud.
TENGO UNA RELACIÓN TÓXICA
Estas son algunas señales de toxicidad relacional preocupante que escuchamos a diario. "Me avergüenza que mis amigos o familia sepan como me trata". "Escucho sus conversaciones porque si no es imposible enterarse de nada". "Es la opinión de las terceras personas la que él destaca, siempre van antes que yo". "En caso de emergencia, dudo mucho que lo deje todo para acudir en mi ayuda" "Mi salud emocional o física no ocupa un lugar importante en su lista de prioridades". "Yo soy la persona de su entorno que tiene más posibilidades de ser denigrada" "No me habla ¿qué he hecho yo? nada". "Sexo con abrazos y mimos, ¿qué es eso?"
Una relación tóxica hace sentir incómodo o sufrir directamente. Hablamos de menosprecio, sarcasmo o abuso, cuando no de violencia velada o descarada. No son los conflictos normales que pueden aparecer en cualquier relación incluso por temporadas largas. Lo tóxico en las relaciones viene definido por el deseo egocéntrico -que se mantiene en el tiempo- de satisfacción propia sin tener en cuenta las necesidades del otro.
¿POR QUÉ NOS ENGANCHAMOS DE ESA MANERA?
Si sabemos que la relación es tóxica ¿por que no se activa el asco moral? ¿por qué nos enganchamos? ¿Acaso porque somos seres masoquistas o patéticos que toleran semejante maltrato? ¿por qué cuesta marcharse? Estas son algunas explicaciones que ha descubierto la ciencia:
El efecto rebote
Las rupturas son muy dolorosas. Las investigaciones demuestran que en las imágenes de resonancia magnética ante una separación se iluminan las mismas zonas del cerebro que cuando nos rompemos una pierna. Cortar un vínculo, por muy malsano que sea, es una situación amarga para que la que hay que prepararse a conciencia. El cerebro, a través de los circuitos neuronales del apego, evolucionó para asegurar que nos costaría estar solos, está pensado para vincularnos. La pérdida se experimenta durante un tiempo como un auténtico dolor físico. Produce además un efecto rebote pues, te inundan los recuerdos positivos, lo tierno que él o ella fue aquel día y te olvidas ¡de que fue él o ella quien causó tu disgusto!
Volver a la escena del crimen
En las rupturas, como en el síndrome de abstinencia de las drogas, saber que la presencia o el contacto con la persona nos libra del sufrimiento en una milésima de segundo nos empuja a desear volver a contactar con ella. Por más que nos acompañen amigos o familiares, sabemos que solo "una dosis de estar con el otro" calmará nuestro sistema de apego y, por lo tanto, la angustia de separación. Por eso, a muchas personas les cuesta romper, aunque lo intentan una y otra vez.
La esperanza es lo último que se pierde
Esperar que las cosas cambien es un pensamiento mágico habitual al principio, pero algunos llegan a estar tan convencidos de que el milagro sucederá que confunden sus propios deseos con la realidad (que no respalda sus anhelos). La idea tan extendida de que "cambiará si de verdad me ama" es otro autoengaño que evita afrontar el miedo a la soledad, el esfuerzo de la ruptura y el reto que supone la libertad.
Pensar demasiado en los sentimientos del otro
Un estudio de la Universidad de Utah, Estados Unidos, publicado en la revista científica Journal of Personality and Social Psychology (2018) descubrió que muchas personas permanecen en relaciones perniciosas porque sienten que el otro depende demasiado de ellos. El estudio revela que cuanto más dependiente cree una persona que es su pareja, menos probable es que inicie una ruptura, lo que en última instancia sugiere que las personas permanecen en relaciones poco satisfactorias por el bien de las necesidades del otro en lugar de las propias. Cabe señalar que a veces la percepción de cuánto nos necesita el compañero puede estar distorsionada.
Nosotros nos desdibujamos
La personalidad más tóxica es normalmente la narcisista. Su exceso de autoestima se produce por desvalorizar a su compañero. Eso genera muchos complejos en la pareja, que puede dudar de sí misma y sentirse culpable. Nos desdibujamos, nos hacemos invisibles por el miedo a la respuesta del otro. El círculo de la violencia es un patrón que se encuentra en el perfil del maltratador o abusador. Su tensión interna le lleva a al ataque (no necesariamente físico) y de ahí al arrepentimiento o luna de miel. La víctima se somete, compra la paz, pero puede salirle muy cara.
Las creencias de "no hay relaciones perfectas"
Muchos tienen la dificultad para reconocer ante sí mismos y los demás que se encuentran en apuros. "Todas las parejas se pelean" dicen. Racionalizamos las conductas inaceptables convencidos de que no hay nada mejor en el horizonte y esa negación obliga a soportar muchas cosas. O bien, están los hijos y el temor a hacerles daño, aunque estén viviendo en un entorno donde la mezcla de temor y dolor sean aún más dañinos.
La propia historia de vínculos
En muchos sentidos las conductas de aceptación de las relaciones toxicas, se dan a raíz de la propia educación. Si has sido criado en un entorno donde tus necesidades personales eran secundarias con respecto a los demás, serás un adulto que para sentirse bien "necesita" hacer que todo el mundo a su alrededor esté feliz a expensas de ti mismo. En definitiva, tu respuesta es la de un dependiente emocional.
Las relaciones tóxicas son lo contrario a las relaciones nutritivas que nos hacen crecer mientras nos sentimos respetados y queridos tal y cómo somos, a pesar de las diferencias. En ellas, tu bienestar es también una prioridad, tu opinión cuenta, te sientes admirado y protegido y tu pareja busca tu proximidad a menudo en lugar de alejarse de tu camino. Si las cosas no son así conviene preguntarse si es cierto el refrán de "más vale malo conocido que bueno por conocer".
Cómo salir de una relación tóxica
I.S.R
Por muy sorprendente que parezca, y más aun con el auge del divorcio, muchas más parejas de las que imaginamos deciden renunciar a su sueño de intimidad y aprenden a "sobrellevar" su convivencia en una relación tóxica sin enzarzarse en interminables broncas o reproches. Las discrepancias nunca desaparecerán del todo, pero básicamente aceptan a sus parejas como son, dejan de tomarse como algo personal sus desaires, hacen por su cuenta actividades que les gusta, buscan amigos afines y aprenden a estar agradecidos por lo que su pareja hace más que señalar lo que no hace.
Sin embargo, si tu elección no ésta, y decides ampliar tu horizonte estos algunos de los aspectos a tener en cuenta:
Sal del autoengaño. Pregúntate cómo es en verdad tu vida, te tratan como a alguien valioso o como a un enemigo
Crea un de red de apoyo. Comienza a narrar a tu entorno cuál es tu auténtica situación y pídeles ayuda.
Desvincula. Ir generando estrategias de desconexión como tener tu propio espacio, dar menos información, esperar pocas explicaciones ayuda a generar un ambiente neutro que desapega. El hastío debe estar presente. Escribe lo que te impulsó a marcharte.