Todo el mundo conoce el mito de los dos litros de agua. Como si proviniera del manantial de Lourdes, al ritual de beber mucha agua se le asocian propiedades milagrosas: una piel divina, un físico más joven, mayor energía, mejor salud.
Sin embargo, la obsesión por beber agua puede desembocar en algo llamado potomanía, un término que combina dos palabras latinas: potos (bebida) y manía. Se define como la necesidad exagerada y urgente de beber, que suele ser patológica y que habitualmente acompaña a otras enfermedades.
Pueden ser físicas -como la diabetes- o psicológicas -algo que se conoce como polidipsia psicogénita-. La potomanía no es la causa del consumo desmedido de agua, sino su consecuencia.
Según la Fundación Aquae quienes sufren potomanía pueden llegar a ingerir entre 8 y 15 litros al día y obtienen una sensación placentera al hacerlo, por lo que puede clasificarse como una adicción. En algunos casos se puede llegar a una hiperhidratación, que sucede cuando la ingesta de agua supera la capacidad de los riñones para excretarla, lo que conduce a la dilución del nivel de sodio en la sangre. Con el tiempo, aparecen síntomas que pueden ser leves como el dolor de cabeza y las náuseas, o más graves (aunque poco frecuentes) como convulsiones e incluso la muerte.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? En la década de 1970 las campañas publicitarias de Evian y Perrier introdujeron el concepto de agua embotellada como una bebida de alto nivel. Hasta entonces solo era una alternativa al agua del grifo pero a partir de aquel momento las marcas de agua empezaron a significar un estatus.
Como si fueran un bolso o unos zapatos, beber una u otra te significaba en un grupo social. Con los años apareció la mitomanía: uno de los cotilleos de los primeros años 90 decía que Kim Basinger (sex-symbol entre los sex-symbols) solo se lavaba el cabello con Evian.
En aquella época el legendario fotógrafo de moda Arthur Elgort retrataba a la modelo Carré Otis en Vogue USA con una botella de agua como único complemento y Giles Bensimon hacía lo mismo con Christy Turlington sujetando una Evian. El auge del fitness le dio el empujón definitivo: llevar agua embotellada era una declaración.
A partir de entonces llevamos décadas escuchando a infinidad de celebridades hablar del agua como de una especie de elixir. “Uno de mis mejores consejos de belleza, y sé que es un cliché, es beber tres litros de agua al día”, sigue diciendo Elle MacPherson, la legendaria supermodelo. Ella fue quien fijó el mito del litro.
Lo que surgió como una confesión que hacía más humanas a las celebridades (al fin y al cabo, en el mundo desarrollado beber agua está al alcance de todos) hoy está empaquetado con la etiqueta del wellness y las famosas le atribuyen propiedades casi holísticas: “Come muy sano y bebe MUCHA agua. Simplemente mantente hidratada y usa tu crema hidratante.
Hidratación, hidratación, hidratación por todos lados”, decía Jennifer Aniston en la revista Marie Claire. “Literalmente, mi madre dice “bebe agua” para cualquier cosa, así que es muy probable que yo también lo diga”, declaraba Bella Hadid en Just Jared.
Una de las declaraciones más chocantes (y también más representativas de la sociedad en la que vivimos) la soltó Kylie Jenner, que por un lado abandera la belleza vía retoque y toneladas de maquillaje, y por el otro se apunta a la sencillez del truco de belleza más “natural” mientras anuncia una marca de botellas de lujo que se exporta en barco desde las islas Fiji: “El agua es muy importante para mantener tu piel brillante, de adentro hacia afuera”.
Hoy el fenómeno crece aupado por una enorme publicidad (según Kantar Media la industria del agua embotellada invirtió 109 millones de dólares en 2018) y porque la idea de una botella reutilizable (preferiblemente de diseño, como las de bkr o Hay) es un accesorio que se alinea con los valores de nuestro tiempo. Menos plástico, más agua.
Agua embotellada
En los últimos años el consumo de agua embotellada se ha intensificado (en 2017 superó a los refrescos como la principal bebida en los Estados Unidos por volumen y sus ventas van en aumento todos los años) lo que evidencia que el mensaje de las celebridades ha calado: la hidratación ahora se comercializa como una cura para casi todos los problemas de la vida.
Beber agua ha dejado de ser un recurso para quitarse la sed, es casi una virtud. Pero para algunas personas esa costumbre de beber agua se convierte en una obsesión que puede incluso llegar a ser peligrosa.
Lo primero en lo que coinciden los científicos es que nuestros niveles de hidratación cambian de un día a otro, incluso dentro de un mismo día.
Aunque en 1945 se estableció la famosa regla de los dos litros al día (en realidad eran 2,5, según la Junta de Alimentos y Nutrición del Consejo Nacional de Investigación estadounidense, aunque las autoridades europeas la fijaron en 2 para las mujeres y 2,5 para los hombres) lo cierto es que no existe una respuesta unánime porque la cantidad depende de múltiples factores: desde la edad al sexo, la alimentación, la temperatura, la dieta o el nivel de actividad física.
Índices de hidratación
Existen diferentes índices de hidratación pero habitualmente se recomienda tener en cuenta tres señales para detectar la deshidratación: la sed (por lo general aparece cuando estamos un 1% deshidratados), los cambios de peso (una pérdida rápida puede ser un indicador) y el color de la orina (si es oscura nuestro cuerpo está reteniendo agua y eso significa que necesitamos beber más; si es siempre demasiado clara, estamos ingiriendo más agua de la necesaria).
En el trasfondo psicológico de la adicción al agua hay algo más. Puede que la sed no parezca algo relacionado con la ansiedad, pero es algo a lo que muchas personas que padecen ansiedad se enfrentan regularmente.
A menudo aparece la sensación de necesidad de beber uno o dos vasos de agua durante y después de los ataques de ansiedad, y algunas personas que la padecen sienten que necesitan beber más agua todos los días. Como escribía The New York Times en un artículo reciente, la gente se está hidratando como si su reputación dependiera de ello.
Llevamos con obediencia botellas de agua a la oficina, en el bolso, dondequiera que vayamos, vaciándolas y llenándolas una y otra vez. En redes sociales se recomienda para cualquier cosa: cuidar la autoestima, rendir más, dormir mejor.
La última moda llegada de EE.UU. es la de las megabotellas de cuatro litros, con marcas que te van animando según pasan las horas del día. Se las habrás visto en las fotos de paparazzi a Chrissy Teigen, Kendall Jenner o Dakota Johnson.
La más popular entre ellas se llama HydroMate Motivational, cuesta algo más de 20 euros y se puede comprar en Amazon. Hay quien tiene hasta una app que le lanza recordatorios para “hidratarse” como si fuera una planta, no vaya a ser que te quedes pocha.
Esto es así porque la ansiedad puede aumentar la sudoración, la sequedad en la boca (algo que se identifica fácilmente con la sed), micción excesiva y lo que se llama deshidratación percibida o hipocondria: en una situación de ansiedad pensar en la sed solo dispara la sed.
Desmontando mitos
En un artículo publicado por The New York Times, el doctor Joshua Zeichner, dermatólogo de Mount Sinai en la ciudad de Nueva York, desmontaba el clásico secreto de belleza de las modelos: “Es una idea popular entre los pacientes y una idea popular en los medios de comunicación que la hidratación es igual a una piel sana.
Pero no es exactamente así como funciona. Es un completo mito que se necesitan ocho vasos de agua para mantener la piel hidratada”. Aún así, muchos de sus pacientes llegan a él pensando en el agua como una poción antienvejecimiento.
Una posible explicación la daba la doctora Almudena Nuño González, miembro de la Fundación Piel Sana de la Academia Española de Dermatología (AEDV) en una reciente entrevista: “Hidratarse con al menos dos litros de agua al día es fundamental para la salud en general y puede que también para la piel; sin embargo, no existen estudios que demuestren que beber más agua hidrate más la piel”. Sin embargo, la menor ingesta de agua sí se refleja en la piel, dejándola más deshidratada.
La hidratación cutánea, concluye, depende de dos gestos importantes: el primero es evitar agentes irritantes y/o deshidratantes que puedan alterar la capa lipídica (fundamental para retener la hidratación en la piel) y el segundo, aportar agentes hidratantes en forma de cremas.
Los ingredientes que más ayudan a hidratar el cutis se pueden agrupar entres clases: los retinoides o ácido glicólico (que renuevan la piel, con lo que esta aparece más hidratada), los antioxidantes (como la vitamina C o el ácido ferúlico, que contrarrestan la oxidación cutánea que provoca deshidratación), y el ingrediente estrella de la cosmética, el ácido hialurónico, capaz de retener su peso en agua hasta 1000 veces. Idealmente este debe ser de bajo peso molecular porque así tiene una mayor capacidad de penetración y no se queda en la capa superficial de la piel.
Por otro lado, no hay evidencia científica de que el agua comercializada como alcalina sea mejor para la salud que la del grifo y algunos expertos indican que su fama se debe al marketing. La escala de pH indica si un líquido es más ácido (pH más bajo) o alcalino (pH más alto).
El agua pura tiene un pH neutro de 7, mientras que el agua del grifo tiene algunas variaciones naturales según su contenido mineral. La mayoría de las aguas embotelladas son ligeramente ácidas y las que se venden como alcalinas generalmente afirman tener un pH entre 8 y 10. Algunas provienen de manantiales o pozos y son naturalmente alcalinas debido a los minerales disueltos, mientras que otras se fabrican con un proceso de ionización (por cierto, también se comercializan máquinas de ionización de agua para uso doméstico).
Lo que sucede cuando bebemos agua ligeramente alcalina es que el estómago la neutraliza rápidamente antes de que se absorba en la sangre, con lo que los reclamos de que “energiza”, “desintoxica” y que ofrece “una hidratación superior” no están probados. Un pH más alto no es necesariamente mejor. De lo que sí hay indicios (aquí y aquí) es de los riesgos potenciales de una excesiva alcalinización del agua, aunque esos niveles no son probables en aguas embotelladas.